Día de búsqueda número 99.
A los pocos segundos consultó su viejo reloj de pulsera. Era exactamente las 09:58 y aún no había desayunado. En ese momento se encontraba sentado en la parada del autobús esperando al cuarto autobús del día. El de las diez en punto, el cual estaba al caer. Apenas tenía hambre, la verdad. Hacía ya poco más de tres meses que comía sin ganas. Pero aún así sabía que tenía que hacerlo. No le quedaba otra. Él no era de los que se regocijaban en su miseria, de los que se rendían a la primera de cambio. No tan fácilmente. A continuación inspiró y suspiró profundamente, llenando sus pulmones del frío aire que reinaba en la zona. Aquel día el pueblo entero se había teñido de blanco debido a las copiosas nevadas de la noche anterior. Lo que consigo no había traído más que una heladez propia del invierno más frío en muchos años del pueblo. Aún no había visto ningún mercurio por el lugar, aunque suponía que la temperatura debía rondar los menos cinco grados mas o menos.
Se llamaba Alan, Alan Jay, y tenía treinta y seis años. Era de constitución fuerte, mas o menos delgado pero fuerte. Y medía un metro y setenta y seis centímetros. Lo normal, vamos. Por otro lado era de carácter fuerte, alegre y fuerte, aunque frío y calculador si se le ponía a prueba. Tenía una habilidad innata para los cubos de rubik y las deducciones mentales. Las matemáticas se le daban bien. Pero no era muy bueno en filosofía.
Se levantó de inmediato al ver de reojo como el cuarto autobús del día aparecía por la esquina al fondo de la calle principal. Las 10:02. Aún mantenía la vista fija hacia el frente. La típica mirada penetrante que lo caracterizaba siempre que se encontraba pensativo. Aunque en ese momento tuviera la mente en blanco. No pensaba en nada claro. Sólo en lo que iba a hacer a continuación. En nada más.
Poco a poco vio como el pequeño autobús desaceleraba en dirección a la parada hasta frenar completamente. Dos segundos después sus pisadas subiendo hacia el autobús fue lo único que se oía. Luego se sentó en uno de los asientos de más al fondo. No deseaba que nadie lo molestase en aquel momento.
Ya habían pasado 99 días. Exactamente tres meses y ocho días desde que ella desapareció sin dejar rastro alguno. Se llamaba Alice, y tenía unos dos años menos que Alan, 34. Era una chica alta, guapa, de carácter alegre, simpática, algo soñadora, emotiva... Le encantaba. Siempre sonreía cada vez que pensaba en su novia... Hasta el día de su repentina desaparición. Aquella noche discutieron. “¿Se puede saber a dónde habías ido? Me tenías preocupada”. Siempre que pensaba en ella su mente recordaba automáticamente aquellas inocentes palabras. “¿Sabes qué? Yo me voy ya a la cama. No te aguanto”. Aún recordaba como quince minutos más tarde se fue a acostar junto a ella... Y como a la mañana siguiente ya no estaba a su lado.
Continuará...