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Un viaje en tren (2ª parte)

          ¡Hola de nuevo a todos! Como veis esta es la segunda parte del relato "Un viaje en tren". En la primera parte vimos como después de hablar con el señor Conrad, Alan sube a su tren correspondiente. ¿Será cierto el aviso de bomba? ¿O simplemente será una gamberrada como llegó a pensar Alan al principio?


    -Perdona, chico. ¿Puedo sentarme aquí?
    -Ehh...- Por un momento no supo que responder.- Claro, no hay problema- Le terminó respondiendo mostrándose algo indiferente.
    -Muchas gracias, joven. Por desgracia, no he podido encontrar otro vagón libre, excepto éste, claro está...
    -Bah.- Le dijo Alan restándole importancia al asunto.- No es nada, señor...- Continuó a la espera de una respuesta por su parte.
    -Señor Barry. Aunque también puede llamarme simplemente “Bar”, si así lo prefiere.- Continuó esbozando una sonrisa en su rostro.
    -Ajá...- Acabó por zanjar la conversación.


    Por lo que Alan pudo ver, aquella persona tendría allá por unos 65 años tirando por lo bajo. Aunque al fin y al cabo, pensó el, nunca lo podría saber con total seguridad. Más que nada porque no se lo permitía. Aquel hombre de avanzada edad llevaba una mediana y antigua boina de cuadros verdes oscuros y rojos, la cuál le ocultaba prácticamente toda la cabeza. Por otro lado llevaba puestas unas grandes gafas de una montura de color oro. <<Maldita claridad.>>, pensó sin dudarlo.
    Al tener el rostro mirando fijamente al brillante suelo de madera más clara aún, el reflejo y la claridad de la luz del sol impedía que se pudieran ver correctamente sus ojos. <<Maldita sea...>>, se lamentaba Alan una y otra vez. Por último, y aunque no fuera invierno, aquel señor llevaba una gruesa bufanda de lana y de colores oscuros, lo que hacía que tampoco se pudiera ver ni su boca ni su cuello. <<Algo oculta, estoy seguro. ¿Y si fuera el?>>, pensó Alan. También llevaba unos brillantes zapatos negros, un pantalón de seda marrón claro, una roída chaqueta y un viejo bastón de madera antigua.
    <<¡Espera!>>, se dijo Alan para sí mismo. <<Creo que todavía puedo hacer algo.>>, pensó de pronto con con una gran sonrisa de oreja a oreja.
    -Perdone, señor. ¿Puedo correr las cortinas? Es que me está dando la luz de frente y...
    -Por supuesto.- Le cortó la voz.- No se preocupe.- Continuó en tono indiferente haciendo un breve gesto con la mano.- Adelante.
    <<Jaque, abuelete.>>, se dijo en su interior como si ya le hubiera ganado la partida. Como si en pocos segundos fuera a desenmascararle.
    Entonces, con un paso lento pero firme, se levantó suavemente de su asiento y corrió las cortinas para luego, con ciertos aires de victoria, sentarse tranquilamente y cruzarse de piernas. Lo tenía.
    <<¿¿Eh??>>. De pronto se quedó frío como el hielo, congelado, paralizado, sin palabras para expresar el miedo que sentía. <<No... ¡No puede ser! Pero lo peor no es que no sea jaque mate, sino que...>>
    -¡¡Abuelo!! Hemos visto el bosque. ¡Es realmente precioso!
    -Ah, ¿en serio? ¿Y qué mas habéis visto?- Les dijo con una sonrisa en la boca y en tono alegre.
    <<¡¿Cómo?! No... ¡Esto lo rompe todo!>> Aquello lo dejó más frío aún si cabía. <<¿Pero cómo puede...?>>, se repetía una y otra vez en su interior. Y después de todo, tampoco le faltaba razón ninguna. Aquél último acontecimiento rompía en mil pedazos todos los esquemas. Todos los planes. Todas las estrategias. Aquello, definitivamente lo rompía absolutamente todo.
    -Perdón. Tengo que ir al servicio. ¿Podría cuidarme el equipaje por unos minutos, por favor?- Se excusó Alan al momento.
    -Claro, no hay problema. Aquí su equipaje estará a salvo conmigo.
    <<Bueno, eso espero.>>, se dijo en su fuero interno con cierto tono de desconfianza. Entonces cruzó rápidamente la puerta de su habitáculo y, con paso rápido y esta vez menos firme, corrió todo lo que pudo hacia el final del vagón, tropezándose a la vez con un hombre algo extraño...
    -¡Perdón!
    ...Hasta que llegó a la puerta de salida, abriéndola rápidamente y saliendo de aquel agobio de vagón. En la parte exterior había una especie de patio a pequeña escala, con unas cuatro macetas, una en cada esquina, una mesita y cuatro sillas repartidas a su alrededor. Y aquella preciosa chica.
     -Hola.- Dijo ella iniciando la conversación.
     -Hola.- Le respondió el en un tono algo mas frío.
     -¿Cómo te llamas?
     -Bryan. ¿Y tú?
     -Yo...- Vaciló por unos instantes.- Me llamo Martina.
     Aquella chica debía tener algo así como unos dieciséis o diecisiete años, y vestía con un largo camisón blanco que le llagaba hasta las rodillas junto con otras zapatillas del mismo color. También tenía el pelo largo y liso, de un color rubio instenso. Era lo que se le podía llamar una belleza. O por lo menos aquello pensaba Alan.
     -¿Y que hay de tus padres?
     -Están trabajando en el extranjero. Yo he venido con mi abuelo y mis hermanos pequeños. Por el contrario mi abuela murió hace poco tiempo.
     -Ajá... Lo siento mucho.
     -No pasa nada. Ahora mismo nos vamos a vivir allí por un tiempo mientras mis padres están fuera.
     -Ajá...- Se volvió a repetir el mismo.- ¿Sabes qué? En realidad...- Al fin optó por decir la verdad y sincerarse con ella. Ya tenía comprobado que no era un peligro. Todo lo contrario.- Mi verdadero nombre es Alan. Alan Blake.
     -¿Y porqué no me dijiste tu verdadero nombre desde el principio?
     -Es una larga historia. Soy inspector oficial de policía, y me han encargado una misión en este tren. Y como comprenderás no puedo ir dándole mi nombre a cualquiera.
     -Ajá...- Intentó copiarle en el tono.- Bueno, yo también tengo que confesarte que... En realidad mi verdadero nombre no es Martina. En verdad me llamo Susan.
     -Ahh...


    El paisaje era verdaderamente estupendo. Los vivos y vistosos colores de la naturaleza se fusionaban con la clara y armoniosa luz del sol. Aquello era ciertamente una delicia para la vista. Aunque en ese preciso momento no tenía tiempo para pensar en ello. Aún todavía no se podía terminar de creer lo sucedido hace tan sólo unos instantes. Aquel hombre tenía los ojos de color verde claro. Y para colmo: Aquellos niños. Exactamente eran tres niños de entre 6 y 9 años. Dos chicos pequeños y una niña mas mayor, la que tendría nueve años. La que le llamó abuelo. ¿Acaso serían aquellos sus nietos? <<Lo mas seguro es que sí.>> Terminó por aceptar Alan.

    <<Vamos a ver, Alan>>, se dijo por hacer un gran intento de poner su mente en orden. <<Que aquella persona tuviera los ojos verdes y apenas se le viera el rostro no quiere decir que tenga que ser esa persona. Además, teniendo aquellos niños a su cargo... No encaja en el perfil de sospechoso. Por desgracia tengo poco tiempo y mucho que investigar. Por ahora lo mejor será que me centre en encontrar más sospechosos. En fin, allá vamos.>>, se quedó pensativo. Y así de pronto, se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
    -Jaque, mate.- Escuchó decir por detrás de la puerta.
    -¿Eh?- Se quedó sorprendido.- ¿Qué?
    Y entonces fue cuando intentó abrir la puerta sin éxito alguno. La habían cerrado desde dentro con fuerza. Simplemente: La habían bloqueado.
    -Parece que nos hemos quedado atrapados.- Dijo aquella chica.
    -Eso parece.- Tuvo que reconocer con cierta rabia en su interior.

                                            Continuará...

Por: Jonathan Molina
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Un viaje en tren (1ª parte)



           ¡Hola a todos! Aquí comienza la serie de relatos "Un viaje en tren", compuesto de varias partes. En este caso la historia trata sobre Alan, un inspector de policía al que pocos días antes de partir en tren hacia su pueblo natal le envían una carta con aviso de bomba en un ficticio 1848. ¿Qué habrá de verdad en esta historia? La única manera de saberlo es leyendolo! En fin, espero que os guste y que lo disfrutéis!! ;)





        <<En ese preciso momento me encontraba en el despacho de mi buen y viejo amigo Conrad. En realidad estoy en su particular despacho de casa. Él y yo nos conocemos desde que nací, ya que en su  día él y mi padre fueron grandes socios, hace ya mucho tiempo, claro. Actualmente mi padre... bueno, está muerto. Concretamente lo asesinaron brutalmente ante mis ojos. En fin, creo que fue precisamente por eso por lo que me hice inspector oficial de la policía de Londres. Quién sabe. A lo mejor...>>
    -Alan- Exclamó-. ¿Es que no me estás escuchando? El té se te va a quedar frío- A continuación le señaló con el dedo índice una taza situada encima de una preciosa mesa de color caoba.
    -Disculpe, señor. Es simplemente que estaba pensando en...
    -No tienes por qué disculparte- Le reprimió al instante-. En mi opinión un hombre en condiciones, hecho y derecho, sólo debe disculparse cuando se lo requieran.
    <<Jé- Pensó en tono burlón-. Pues menuda opinión.>>, se limitó a pensar Alan al mismo tiempo que le echaba un buen sorbo a su taza de té caliente.
    -Por cierto, mi querido Alan...- Volvió a tomar la palabra el señor Conrad. Alan siempre solía dirigirse a él como "Señor Conrad", como en respeto a los grandes amigos que fueron su padre y él, mientras que por el contrario Conrad se dirigía a él por su nombre. Era como una especie de constumbre que tenían entre ambos- ¿Aún todavía tienes pensado tomar ese tren? ¿Terminaste considerando mi opinión o qué?
    -Pues...- Vaciló por unos instantes...- Sinceramente; no.- ...Aunque al final se decantó por decir la verdad.- Ya sabes que tanto como inspector de policía como buen ciudadano no puedo abandonar ese tren. Simplemente, mi dignidad y mi orgullo me lo impiden.
    -Pero... Alan...
    -Finalmente he tomado una decisión, y es que tengo pensado coger ese tren. Y punto. No hay mas que hablar.
    -Alan, ya sabes lo que diría tu padre... Considéralo por un momento, por favor.- Hizo un breve intento por hacerle entrar en razón.
    -Ahora mismo mi padre está muerto y no piensa nada. A veces uno tiene que hacer ciertas cosas aunque los demás no se lo recomienden.
    -Bueno.- Terminó por ceder el señor Conrad de mala manera.- Haz lo que quieras. Pero no quiero que luego digas que no te lo advertí. Mas que nada por que a esa hora ya estarás muerto.- Sentenció.
    -Mi querido Conrad.- Le contestó en un tono algo irónico y gracioso.- Estamos en el siglo veinte. No en la Edad Media, donde los señores feudales hacían lo que les viniera en gana con sus siervos. Cogeré ese tren, te guste o no. Además...- Hizo un intento por justificarse.- Tampoco es seguro que halla una bomba de verdad.
    -Pero sí es lo mas seguro. Te recuerdo que tú mismo lo dijiste. Aunque fuera una simple gamberrada... ¿Quién querría gastar tal broma de mal gusto a unos ancianos, madres y niños pequeños que se dirigen al pequeño pueblo de Kingstrain a ver a sus más queridos familiares? Tu mismo lo dijiste. Eso carece totalmente de sentido común.
    -Escúchame.- Le dijo Alan entre susurros.- Aunque finalmente decidiera no coger ese tren, la jefatura superior de policía me ha ordenado que coja ese tren y que garantize la seguridad de todos sus pasajeros, aprovechando que decidí tomarme una semana de vacaciones hacia ese pueblo. Y precisamente por eso sospecho que alguien se ha podido enterar de aquello y por eso lo de la bomba. ¿Me entiendes mejor ahora?
    -Mmm.- Se quedó pensativo Conrad.- Ya veo. Ahora te entiendo un poco mejor. Pero aún así de todos modos no me sigue pareciendo muy buena idea.
    -Ya lo sé.- Le contestó al tiempo que se levantó de su cómodo sillón de madera para coger su chaqueta de cuero negro y ponérsela con algo de elegancia.- Bueno, me tengo que ir. Mañana sale dicho tren, así que tendré que prepararme bien. En fin, que descanses. No hace falta que vengas mañana a despedirme.- Le aclaró.
    -De acuerdo. En fin, adiós.
    -Nos vemos, viejo.- Y acto seguido cerró la puerta con suavidad.
    <<Vale. Puede que Conrad quizás sea algo testarudo y cabezón, pero en el fondo es lo que se le puede considerar buena gente.>>, pensaba Alan.
    Ayer recibió la carta. Era de color marfil, sin remitente ni destinatario. Era como una declaración en la que decía que una bomba de grandes dimensiones estallaría en el quinto tren del día, camino a Kingstrain. Un chivatazo.




    Aquella mañana hacía un intenso frío. Un frío que calaba los huesos. Un frío que congelaba el alma. Era la mañana justo después de la distendida conversación con el señor Conrad. La mañana en la que saldría dicho tren. El quinto y maldito tren. Y Alan lo sabía. Estaba bien preparado. Sabía lo que se jugaba. Pero aun así prefería sentir que lo tenía todo controlado. Le agradaba aquella sensación. El tren estaba a punto de salir.
    -Pero Conrad...- Inició de nuevo la conversación Alan.- Ya te dije que no hacía falta que vinieras a despedirme. Sólo estaré fuera una semana.
    -Bueno, no tenía nada mejor que hacer.
    -¿En serio?
    -¿Algo mejor que visitar a mi amigo del alma? Imposibe.
    -Te agradezco el detalle.
    -Bah, no es nada.- Le contestó al mismo tiempo que le dió un fuerte y firme abrazo, dejándole una pequeña pistola en su bolsillo derecho.
    -Lo siento.- Le impidió.- Pero no puedo aceptarlo.
    -Mi querido amigo. ¿Y quién sería mas capaz de usarla que el mejor inspector de policía del país? Yo... Ya estoy muy viejo para usar esas cosas. Es una vieja que compré cuando yo tenía tan sólo veintitres años. Hace ya varias décadas. Ya no me acuerdo de cómo manejarla. Estoy seguro de que tu sabrás sacarle mejor partido.
    -De eso puedes estar seguro.- Le prometió.- Bueno, mi tren está apunto de salir. Será mejor que me vaya corriendo.
    -Ten mucho cuidado.
    -Lo tendré, viejo.- Terminó al tiempo que le guiñó un ojo.


                                    Continuará...


Escrito por Jonathan Molina
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